Colaboración de SÁNCHEZ RANGEL CARLOS DAMIÁN
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La marxista Rosa Luxemburgo
La libertad se funda en la verdad y el pensamiento es resistencia. La vigencia de Rosa Luxemburgo radica en mostrarnos que la emancipación no es un legado del pasado, sino una tarea permanente.
A más de 100 años de su fallecimiento, en occidente hay aún potentes resonancias de nuestra filósofa polaca de origen, judía, mujer y con una discapacidad física en una época dominada por hombres, Luxemburgo irrumpió en la socialdemocracia europea no para seguir consignas, sino para desafiar los cimientos del capitalismo y, de manera aún más incisiva, los de su propio movimiento.
«El capitalismo ha quedado atrapado en su propia trampa y no puede exorcizar el espíritu que ha invocado.» (Luxemburgo, 2017, p13).
Lo que la catapultó a la primera línea del debate socialista internacional fue su crítica mordaz a las tesis de Eduard Bernstein. A finales del siglo XIX, Bernstein, figura prominente del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), expuso en su serie Problemas del socialismo y más tarde en su obra de madurez La acumulación del capital (1912) una interpretación revisionista del marxismo que no debemos soslayar.
«El presente trabajo, me fue inspirado en la Introducción a la Economía Política, obra de vulgarización en la que llevo ya mucho tiempo trabajando, constantemente interrumpida por mi labor en la escuela del Partido y por mis campañas de agitación. En enero de este año, después de las elecciones al Parlamento, al acometer nuevamente aquel trabajo para terminar, por menos en sus líneas generales, esta vulgarización de la teoría económica marxista me salió al paso una dificultad inesperada.»[1] (Luxemburgo, 1933).
La brutalidad realidad de Europa a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX Europa a finales del siglo XIX e inicios del XX: marcada por la industrialización acelerada, la expansión imperialista, la explotación laboral y la creciente tensión entre burguesía y proletariado. En 1899 Luxemburgo público su mayor obra hasta ese entonces Reforma o revolución. Eduard Bernstein (SPD) hacía eco en el capitalismo, este al final del día había mostrado capacidad de adaptación gracias a reformas sociales, sindicatos, cooperativas y la expansión del crédito. Por ende el socialismo no llegaría por una ruptura revolucionaria, sino por una evolución gradual dentro de la democracia parlamentaria. Luxemburgo arguye que limitarse a reformas legales dentro del marco burgués era insuficiente. La verdadera legitimidad simpliciter (“en sí misma, sin condiciones”) residía en la transformación radical de las estructuras sociales.
No muchas décadas posteriores Luxemburgo realiza una análisis brillante al respecto huelgas reprimidas con violencia, guerras coloniales, y finalmente la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que mostró la crudeza del capitalismo en su fase imperialista. Luxemburgo disecciona este escenario, plasmando cómo el capitalismo, en su fase imperialista, llevaba en sí mismo las semillas de la crisis y la destrucción. Sin embargo, Luxemburgo presagio que el capitalismo, tiene una elasticidad que le permite absorber crisis y adaptarse, aunque, siempre a costa de nuevas contradicciones. Por tanto, las reformas son parches, no soluciones. Cabe señalar desde ahora, Luxemburgo no rechazaba las reformas, pero insistía en que no podían sustituir la meta revolucionaria. Reforma y revolución no son lo mismo. Para esto expondremos en silogismo:
1) Ningún medio es fin último.
2) Toda reforma es un medio.
3) Ninguna reforma es fin último.
Más aún, con examinar la premisa I nos damos cuenta que necesita matización explicativa: no es imposible que un medio se convierta institucionalmente en fin; debido a que más bien que no debe permitirse que se convierta en horizonte final. En el terreno político, la diferencia entre “es” y “debee ser” importa: existe el peligro real de que la socialdemocracia burocratice las reformas y las naturalice como fines. La explicación más minuciosa posible la realiza Luxemburgo en La acumulación del capital estudio sobre la interpretación económica del imperialismo
1) Todo fin último legítimo del socialismo es la revolución social.
2) El objetivo político del movimiento socialista es un fin último.
3) Por tanto, el objetivo político del movimiento socialista es la revolución social.
Lo que entra en discusión son las premisas normativas:
¿Qué se entiende por “legítimo”? ¿Qué actores determinan ese carácter de “fin legítimo”? La práctica política de Luxemburgo respondía que la legitimidad se deriva de la necesidad de superar la explotación y de la capacidad de la clase trabajadora de constituirse como sujeto histórico mediante luchas de masas. Podemos añadir la premisa
2.2: Las reformas, al integrarse en el mecanismo capitalista, tienden a reproducir la explotación salvo que conduzcan a la ruptura revolucionaria”
Es de vital importancia esclarecer, la legitimidad del fin se fundamenta políticamente: definida por la necesidad de abolir la explotación y por la capacidad de la clase trabajadora de constituirse como sujeto histórico mediante luchas de masas. Esa es la tesis de Luxemburgo la legitimidad no la otorga una élite administrativa sino la praxis emancipadora de la clase.
En síntesis: Hoy, el pensamiento de Luxemburgo nos recuerda que no todo lo legal es legítimo. Movimientos sociales actuales (feministas, indígenas, obreros, ambientalistas) muchas veces actúan fuera de la “legalidad” más aún, reclaman legitimidad en sentido absoluto: justicia, dignidad, autodeterminación.
Luxemburgo sigue siendo vigente porque plantea que la legitimidad no depende de la aprobación del poder, sino de la verdad histórica de la emancipación. Hemos mostrado que la filosofía política de Rosa Luxemburgo vertebrada con robustez teórica y contundencia ética hay 2 elementos ineludibles: (a) la valoración práctica de las reformas como escuela de experiencia y organización, (b) la convicción normativa de que tales reformas no pueden sustituir ni diluir el objetivo revolucionario. Frente al revisionismo, Luxemburgo diagnostica la «elasticidad» del capitalismo: su capacidad para absorber conquistas parciales y recomponer sus relaciones mediante mecanismos políticos y económicos que preservan la explotación. Cualquier estrategia socialista que haga de la mejora gradual de la condición obrera su horizonte último corre el riesgo de convertirse en administrador del sistema que pretende transformar. La lección política que cabe retener es doble cultivar la lucha concreta huelgas, organización, solidaridad y, simultáneamente, mantener la claridad de fin: la emancipación exige la ruptura colectiva con el capitalismo. Sólo así las reformas podrán cumplir su función pedagógica sin renunciar a la transformación radical que les da sentido.
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Carlos Damián Sánchez Rangel
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