A mi manera, a las mil maneras de cada uno de ustedes, la Navidad hace penetrar de nuevo en nosotros el mundo de la gratuidad, el mundo de Dios.
No se trata de recordar con nostalgia un mundo que no existe ya más, un mundo de pastores, en el que se vivía en contacto con la naturaleza y en el que las relaciones humanas eran verdaderamente afectivas y no se reducían a intercambiar cosas. No se trata de mirar al pasado sino hacer que Jesús nos alcance hoy en nuestra realidad concreta haciéndose nuestro contemporáneo.
Jesús nace y nos enseña a vivir, también en nuestro mundo, de una manera distinta. En Él se nos revela el revela el amor del Padre, un amor gratuito que nos invita a vivir agradecidos en la gratuidad. Volvamos a descubrir las cosas que no tienen precio, en primer lugar la sonrisa de un niño. A través del rostro del hombre, descubramos la presencia de Dios en nuestro mundo. Un Dios que no ha querido perderse la gozada de vivir la aventura humana.
Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado (Is 9,2-7). Es el Hijo de Dios, el Hijo de María, pero es también un poco hijo tuyo y mío. El sigue llamando a nuestros corazones para poder nacer hoy en nuestro mundo. Dios se hace hombre para que los hombres lleguemos a ser hijos de Dios. Qué admirable intercambio. En él ni Dios ni nosotros salimos perdiendo. Cuando uno se da totalmente uno queda totalmente enriquecido. Dios ha asumido en Jesús toda la historia humana, nosotros recibimos en Jesús, toda la historia divina.
Lástima que no nos lo acabemos de creer.
Jesús está naciendo en nuestro mundo. Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Feliz Navidad.