En el capítulo precedente recordábamos el clamor continuo de protesta
contra el maltrato de los indios, y de aquella evocación podríamos sacar la
impresión de que los españoles en las Indias no hicieron otra cosa que
salvajadas y crímenes. Pero eso estaría muy lejos de la verdad histórica.
Los esquemas maniqueos distribuyen bondad y maldad en forma automática,
por gremios o nacionalidades. Pues bien, al recordar la evangelización de
América conviene desechar desde un principio tal esquema, según el cual los
indios y misioneros serían los buenos, y los otros, conquistadores y
encomenderos, funcionarios y comerciantes, serían los malos. Es preciso
reconocer que los españoles en las Indias respiraban un espíritu común, y por
eso imaginar que los religiosos, impulsados por un evangelismo heroico, se
gastaban y desgastaban por el bien de los indios, arriesgando incluso sus
vidas, en tanto que sus mismos hermanos, amigos y vecinos se dedicaban a
explotar o matar indios, es algo que no corresponde a la realidad.
En Hispanoamérica entonces, como ahora, había de todo en cada uno de los
grupos. Ya conocemos qué clase de hombres eran en el XVI aquellos españoles, en
su mayoría andaluces, extremeños, castellanos y vascos, que pasaron a las
Indias. Había entre ellos santos y pecadores, honrados trabajadores y pícaros
de fortuna, pero lo que puede afirmarse de todos ellos sin dudas es que
formaban un pueblo de profunda convicción de fe cristiana, y que fueron capaces
de transmitir su fe a los naturales de las Indias. Ellos eran más cristianos
que nosotros. Ellos, por ejemplo, creían en la posibilidad de condenarse en el
infierno para siempre, y muchos pensaban, siquiera a la hora de la muerte, que
era necesario estar a bien con Dios. Lo veremos luego, recordando testamentos y
restituciones.
Y por otro lado los españoles en América no sólo temían a Dios, sino
también al Rey. La autoridad de la Corona, sobre todo en el XVI y primera mitad
del XVII, es decir, cuando se realizó la evangelización fundamental, no era
cosa de broma. Las Indias, ciertamente, estaban muy lejos de la Corte, pero el
brazo del Rey era muy largo, y no pocos españoles pagaron duramente sus
crímenes indianos.
El autor de esta obra es el sacerdote
español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se
publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.
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