Amigos les traigo un clásico de Tomismo.
Abelardo Lobato, OP
Antiguo Rector de la Facultad de Teología de Lugano
El ser humano es por naturaleza un ser familiar. En la familia
tiene su principio, su desarrollo y su término. De la familia viene y a la
familia va. A su vez la familia es el lugar natural de las personas, donde la
vida es comunión, las relaciones son interpersonales, el amor es el lazo de
unión del hombre y la mujer, de los padres y los hijos y por todo ello es el
espacio en el cual el hombre puede lograr la felicidad a su alcance.
Más aún, la familia tiene una cierta sacralidad, pues Dios mismo
ha querido habitar con el hombre y compartir con él el milagro de la trasmisión
de la vida por la colaboración de la persona y la naturaleza. En la familia, de
modo invisible pero real, Dios sigue pronunciando su palabra creadora «Hagamos
al hombre! (Gen, 1,26), y con
la paciencia de quien mora en la eternidad, acepta, tolera, y acoge las
respuestas inciertas de la libertad humana, y por esa vía comparte la suerte
del hombre, que es su imagen. Podemos afirmar con verdad que «en el
principio era la familia», cuya experiencia, por lo que todo individuo
puede recibir y por lo que debería aportar, conforma la trayectoria humana.
De ese punto de partida brotan las diversas dimensiones de lo
humano, como las vias consulares de Roma o como las ramas del tronco del árbol,
tanto las que originan y mantienen la sociedad, como las que propician o
entorpecen el despliegue de las dotes personales. Las dos caras de lo humano,
la personal y la comunitaria, brotan de ese principio originante que es la
familia. Donde no hay familia, no hay hombre en plenitud, ni podrá formarse una
sociedad a la medida de lo humano. Dime cómo ha sido y cómo es tu vida de
familia y te diré en qué medida has respondido a tu vocación de hacerte nada
menos que todo un hombre. En la familia se juega el destino del homo viator, mientras es un
peregrino del Absoluto. No es una cuestión banal, ni coyuntural, la cuestión de
la familia, es radical y decisiva para todo lo humano.
Si tal es la relación entre la familia y la persona, que afecta a
las raices de lo humano, era de esperar que el giro antropológico de la hora moderna, prestase gran
atención a los dos polos de la relación, tanto a la familia, cuanto a la
persona. Pero esta esperanza ha sido vana.
Porque la triste realidad, que cualquiera puede comprobar en su
entorno, es que ha ocurrido lo contrario, y por ello ha ocurrido algo fatal: la
familia ha sido marginada, y la persona ha perdido su dignidad. El hombre
soñado y en buena medida fabricado e implantado por la modernidad es un hombre
sin familia, sin genealogia como Melquisedec, un ser solitario, como Ibn
Yaqqzan, o Robinson Crusoe. No es un hombre de carne y hueso. Se puede
sospechar que el hombre moderno se orienta hacia el laboratorio y la
manipulación más que hacia la naturaleza y la familia, y corre ya el peligro de
ser un producto de la ciencia y de la técnica, un objeto manipulado, pues si
todavía no es manufactura, ya está siendo «mentefactura».
Está bien comprobado que la modernidad ha intentado una fuga
violenta de la naturaleza, cosa que no ha ocurrido por azar. Era algo
programado en la mentalidad iluminista. Puede constatarse que este proceso de
alejamiento de la familia, quedaba implícito en el proyecto kantiano de la
nueva antropología en sentido pragmático. El filósofo de Königsberg, en su
revolución copernicana, no solo intenta situar al hombre en el puesto del ser,
haciendo de la pregunta sobre el hombre el punto de partida de todo filosofar,
sino que renunciando a saber lo que la naturaleza ha hecho con el hombre, se
proponía desarrollar lo que podía hacer con su libertad. En alas de la
libertad, vistos los efectos y la situación, se diría que el hombre moderno,
imitando al joven de la parábola de Lucas, ha exigido al padre la parte de su
herencia, y con ella a cuestas, ha vuelto las espaldas a la casa parterna y ha
caminado hacia una región lejana. El resultado de esta huída de la naturaleza
hacia el horizonte de la libertad no se ha hecho esperar. La familia ya no es
sino un vago recuerdo de la hora patriarcal.
¿Qué ha ocurrido con la persona? Una cierta paradoja. En
apariencias la persona ha cobrado actualidad, ha vuelto a la escena del gran
teatro del mundo y ocupa el primer plano. Los individuos se sienten halagados
al ser tratados como personas, y mejor aún como personalidades. Ha sido también
Kant el que ha puesto en circulación la distinción radical entre cosa y persona. Aquella es
siempre un medio que admite cambio y sustitución, por el contrario ésta es
siempre un fin, un absoluto al que nada puede sustituir. Será la mayor ofensa
para el individuo ser tratado como no-persona,
como mero objeto. Una de las conquistas de la modernidad ha sido la
proclamación de los derechos
humanos, que son como las columnas de la sociedad y la cultura actual. Pues
tales derechos encuentran su fundamento en la persona. Podríamos continuar
estas apariencias halagadoras y concluir que la cultura moderna ha vuelto a
descubrir la persona. Pero, por desgracia, todavía no es así. El que escruta un
poco más alla de las palabras está obligado a reconocer que, también en este
caso, las apariencias engañan y que no es oro todo lo que reluce. Los vocablos
son signos de los conceptos, como estos lo son de
las realidades. Es cierto el uso cada vez más extendido del vocablo persona, pero ya es ambiguo su significado conceptual, y es muy tenue su realidad.
Topamos con la persona en todos los recodos del camino, pero esa persona que nos sale al paso es solo una máscara. Hay que decir que en la hora
moderna el vocablo persona ha desandado su camino, ha vuelto a su origen. Ha
perdido la densidad ontológica y por ello resulta un vocablo vacío.
En definitiva, tal es nuestra empobrecida situación en la
modernidad: perdida la familia nos encontramos en la escena del gran teatro del
mundo entretenidos con un juego de máscaras, sin familia y sin persona. El
despertar de la conciencia actual ya había advertido que nos encontramos en una
sociedad sin padres y sin
maestros, ahora lentamente cae en la cuenta de que es también una sociedad
de máscaras, de individuos
despersonalizados. El hombre de hoy produce robots que imitan al cerebro
humano, y al mismo tiempo forja hombres que imitan a los robots. En su origen
la palabnra robot significa esclavo. Es triste pero es
real el hecho.
Esta constatación pide una reacción apropiada. Es urgente
recuperar la familia y devolver su dignidad a la persona. El problema es cómo
hacerlo, cómo encontrar el remedio para este mal que tiene los efectos de la
peste. San Agustin advertía que a veces el hombre da grandes pasos, pero fuera
del camino, extra viam. En esta situación es necesario un
cambio de marcha. Nos preguntamos cómo desandar el camino que no lleva a
ninguna parte. Nadie sale por si solo, tirándose de los pelos, del pozo en el
que ha caído. Si queremos ir más adelante, tenemos que imitar a los atletas y
comenzar por dar algunos pasos atrás y luego proseguir por el camino recto. Es
preciso hacer memoria cultural, recurrir a los maestros que nos han dejado un
legado doctrinal y han abierto sendas seguras para nuestros pies. Uno de esos
maestros del pasado, con una perenne novedad doctrinal, es Tomás de Aquino, el
reconocido maestro y modelo de los que buscan la verdad, el «Doctor
Humanitatis», como lo designó Juan Pablo II .
Al tratar de Dios, del ser, o del hombre, Tomás tiene una palabra
que debe ser oída. En el tema de la persona su aportación resulta decisiva para
recuperar la dignidad perdida y mantener el equilibrio entre los dos polos del
vocablo, el externo de la máscara,
y el interno de la dignidad del sujeto singular. La persona
designa la realidad más noble de cuantas existen.
La lección de Tomás sobre la persona se resume en la invitación de
San León Magno al cristiano: «Agnosce oh homo, dignitatem tuam! En la escuela de Tomás se descubre la
dignidad personal, la realidad y el modo de ser persona y de hacer compatible
la máscara con el ser.
Una sencilla aproximación a la doctrina de Santo Tomás sobre la
persona exige partir del Tomás histórico que asimila una tradición cultural,
presentar la síntesis lograda y expuesta con trasparencia en su obra, y por fin
buscar la actualización en nuestro contexto cultural empobrecido. No
pretendemos un estudio exhaustivo de la doctrina de Tomás sobre la persona
humana. Este estudio se limita a una sencilla exposición del núcleo de esa
doctrina tomista, en su herencia, su aportación, su urgente irradiación. Como
todo pensador, Tomás realiza su tarea de servidor de la verdad en una época
bien precisa de la historia. Pero, a diferencia de la mayor parte de los
pensadores, su aportación trasciende el momento y pretende ser lección
suprahistórica. Tomás tiene la capacidad de llevarnos a lo esencial del tema.
En esta «lectura» de su pensamiento sobre la persona se integran tres datos
decisivos para la recta comprensión del ser personal cual lo presenta Tomás: la
singularidad del sujeto humano, la densidad ontológica de la persona, la
posible realización como respuesta a los retos del tercer milenio. El primer
dato es herencia cristiana, el segundo es conquista personal del genio de
Tomás, el tercero es tarea que se nos confia en la entrada del tercer milanio
cristiano. La memoria del pasado se puede convertir en profecía del futuro del
hombre como ser personal.
1. El legado histórico.
Tomás ha meditado largamente con finura y profundidad en la misión
del maestro, en el oficio del teólogo a quien se le confía la misión de enseñar
y lo expresa con claridad desde su primera obra personal, la Summa contra Gentiles. Su tarea
es conocer, comunicar y testimoniar la verdad, y al mismo tiempo combatir el
error. Para ello necesita insertarse en la tradición y conocer el trabajo de
los que le han precedido. Porque tiene muy claro que la verdad es tarea
colectiva, conquista comunitaria. Lo que añade uno solo a la conquista de la
verdad es bien poco en comparación con lo que recibe de los demás. La tarea del
sabio es instalarse en esa roca del saber consolidado en una tradición y poder
avanzar un paso más.
Hay que tener en cuenta que el Maestro Tomás, es el primero que
desvela la primacía del trabajo intelectual, por ser de más alto valor y más
necesario que el trabajo manual al cual precede, acompaña y orienta. De estas
premisas procede su hambre y sed de conocer las obras de los pensadores que le
han precedido, el respeto y veneración ante sus obras, la pasión por asimilar
su pensamiento y la fidelidad en trasmitirlo. Es un pensador que estima mucho
cuantos esfuerzos se han hecho en el pasado por dar solución a los problemas.
Ha vivido a fondo la pasión por la verdad como bien supremo de los seres
inteligentes.
Esta actitud la observamos en torno al problema de la verdad. Su
mirada hacia atrás le descubre el horizonte de lo ya conquistado. Cuando Tomás medita
sobre la persona tiene la conciencia de que la palabra, sus significados, y la
realidad que designa han sido objeto de reflexión cerca de XX siglos. Hay un
núcleo histórico ante el cual se sitúa el fraile dominico, que llega a sus
manos por tres senderos complementarios: el del vocablo etrusco-romano-greco,
el del concepto cristiano sobre la dignidad del hombre singular, y el de la
comprensión del mismo en la teología cristiana. La herencia que Tomás recibe
sobre el tema de la persona, implica las nociones que acompañan a los vocablos: la máscara, el sujeto, la dignidad
.
1.1. Persona-máscara
Tomás conoce el origen teatral de la palabra persona. La noticia le viene de Boecio, que
la deriva del verbo latino personare.
Los actores del teatro usaban máscaras para salir a la escena. La máscara tenia
una doble función: la de representar ante los demás un «personaje» determinado,
bien de los dioses o bien de los hombres, y el de proclamar en alta voz, resonar con potencia, servir de altavoz para
el auditorio. Hoy se pone en discusión, por insuficiente, este origen del
vocablo. Porque, en efecto, la máscara es algo anterior al teatro trágico de
los griegos ya que todas las culturas mantienen una tradición bien consolidada
del uso de las máscaras en las fiestas. El hombre celebra los eventos alegres o
tristes, no a solas sino con los demás, socialmente. Y para celebrar las
fiestas comunitarias recurre a los cantos, a las danzas, los banquetes, se
adorna con las formas y colores de la realidad, las que le inspiran terror y
las que le sirven para expresar su gozo. No le basta su propio rostro, se
disfraza, se reviste. Busca en el mundo vegetal y sobre todo en el animal
formas y figuras, colores y signos para aparecer ante los demás. Es un hecho cultural.
Las máscaras son usadas en todas las culturas, desde las primitivas a las
actuales. En ese contexto festivo y de apariencias, tiene su origen la persona como ser enmascarado. El nombre depersona asociado a la máscara se encuentra ya
en las pinturas etruscas. En una de las tumbas de Tarquinia aparece por dos
veces el nombre de phersuna,
o persona, junto a una de
las figuras pintadas en el muro. La Tomba
degli auguri, podría ser el primer testimonio histórico de la palabra que
designa la máscara. Del etrusco pasa al latin y se
emplea con el mismo sentido teatral, hasta el siglo I d.C. Sólo con Séneca
tenemos una nueva carga semántica en la misma palabra. Para el filósofo
cordobés no solo hay máscaras en el teatro, sino en la vida de los individuos,
y hasta en las cosas. La evolución del significado fue por sus pasos: de la máscara, como velo del rostro,
se pasa al personaje representado en ella, y de ahí se da
el salto a los individuos humanos, que tienen su rostro, y en él su máscara,
porque algo manifiestan y algo ocultan. Séneca, el estoico humanista, aplica a
su enemigo político el emperador Claudio este concepto ambivalente, personaje y
persona en la escena de la vida del imperio romano.
En la lengua y cultura griega hay otro vocablo análogo para
expresar la misma realidad de la máscara, es la palabra proswpon, que significa
el rostro, o lo que se pone delante del rostro, la máscara. Primero la tragedia, y
luego la comedia, han hecho uso de la máscara como elemento necesario para la
representación de las obras. Y con esa palabra, de mayor resonancia que la
latina, el desarrollo semántico ha sido análogo al del vocablo persona: de la
máscara al personaje, del prósopon
a la prosopopeya, del teatro a la vida normal de los hombres.
Este significado primero de las dos palabras, el de ser máscara, se ha conservado de
modos más o menos larvados hasta la hora presente. La persona implica su
aparecer, su presentarse en escena, su capacidad de ocultar algo peculiar e
inefable que va con el individuo. La máscara lleva la ambivalencia, presenta y
oculta el auténtico rostro humano. Tomás se hace eco de este origen, basado en
la información de Boecio: «El nombre de persona, viene de personare porque en las tragedias y comedias los
actores se cubrían el rostro con la máscara de quien, cantando, representaban
las gestas».
1.2. Persona- sujeto
Complemento de esa dimensión de la persona hacia afuera, es la
interioridad del sujeto humano. Hay una herencia de la cultura hebrea que pasa
a la cultura occidental y se hace patrimonio común y roca firme de la cultura
cristiana. Dios se revela a sí mismo y establece su alianza con el pueblo
judio, llamado a ser el pueblo de Dios, bien distinto de los demás, con una
misión singular en la historia de la salvación. En el nuevo testamento la
relación de Dios con el hombre avanza un paso más. Ya no es solo el pueblo el
que se relaciona con Dios, es también el individuo, el sujeto humano singular.
Al revelar el misterio de la encarnación Dios desvela al hombre su propia
dignidad y grandeza: Per hoc
instruimur quanta sit dignitas humanae naturae . Cada hombre es imago Dei, es sujeto en el cual
Dios quiere morar. Desde esta nueva perspectiva, el hombre ya no es solo microcosmos o el ser capaz de retorno sobre sí
mismo, es mucho más, tiene un interior en el cual Dios pone su morada, es un
sujeto creado por el amor de Dios, con un destino singular. El reino de Dios se
realiza en ese interior.
Esto es una novedad absoluta en las culturas. Hasta esta
revelación el hombre se conocía como miembro de una comunidad humana, pero el
singular no tenía valor especial. En cambio con el anuncio del reino, con la
entrada de Jesús en la historia, todo cambia. El hombre descubre su valor
singular, su dignidad única. No es solo el individuo, uno más en la multitud,
es un sujeto que tiene relación directa con Dios. Con el misterio del sujeto va
unido el misterio de la libertad. Desde la revelación del NT cada ser humano
puede conocer su predestinación en Cristo, su vocación singular que lo invita a
ser una respuesta existencial, libre y generosa al amor de Dios.
Hegel ha notado esta novedad absoluta para comprender la libertad.
En el mundo antiguo el hombre era libre o esclavo, señor o siervo,noble o
vulgar. La dignidad, o la vileza le venía desde fuera, por el rango de la
familia, por la ciudad o la patria a la que pertenecía. Desde la revelación
judeo-cristiana hay otra medida de la dignidad del singular: su relación con
Dios, su vocación especial y la respuesta desde el testimonio de su vida. El
hombre es un sujeto que se descubre capaz de Dios, llamado a un destino en
Cristo y en el mismo Dios. Si en lo exterior cada hombre puede vestirse de
máscara, en su interior se desvela su verdad y la relación con Dios es la
decisiva de la persona. El reino de Dios es el reino de la vida, de la
santidad, al cual están llamados por su nombre, cada uno de los que han
respondido a la llamada en Cristo. Desde el NT es posible ver en cada hombre el
destino de la humanidad. A Tomás no se le oculta esta via de penetración en el
interior del hombre, el santuario de cada sujeto en la conciencia y en el
corazón. La novedad cristiana de esta plenitud se expresa en algunos ejemplares,
de modos totalmente nuevos. El hombre descubre que para conocerse integralmente
tiene que situarse ante Dios. Clemente de Alejandria prolonga el
autoconocimiento socrático: «Entre todas las ciencias, la más admirable es la
del propio conocimiento, porque el que se conoce a sí mismo, también conocerá a
Dios».Gregorio Nacianzeno en Oriente y Agustin en Occidente han escrito sus Confessiones, el itinerario del
sujeto errando a solas, buscando a Dios, de rodillas ante Dios: Noverim Te, noverim me!. La máscara del actor puede ser
capaz de velar y de mostrar este sujeto singular personal. Para Tomás el sujeto
humano se presenta como el lugar del infinito. El hombre es capaz de volver
sobre sí mismo, y vive en una cierta presencia de sí a sí de modo atemático, que
puede desplegar en sus actos a través de la conciencia y de la reflexión. La
libertad brota de esta profundidad del sujeto humano .
1.3. Persona-misterio.
Tomás conoce además en la tradición una tercera pista que lleva al
secreto de la persona, la pista de los misterios de la fe. El hombreimago
Dei, se descubre en el reflejo de los dos grandes misterios de la fe
cristiana. La revelación de Dios en sí mismo desvela al misterio del hombre. La
fe es siempre una luz oscura, una verdad que suscita desde su misma claridad,
un deseo de ver más claro. El misterio fontal es el de la trinidad, el de Dios
en sí mismo y el misterio inicial es el de la encarnación, Dios hecho hombre.
En la vida cristiana se ha sentido muy pronto la necesidad de dar razón de esta
fe, como dice Pedro (1 Pet. 3,15). Del auditus
fidei ha nacido el anhelo delintellectus
fidei. Y para ello hay que recurrir a los preámbulos, a las analogías, a la
confutación de los errores y desvíos de los herejes.
¿Cómo dar razón del misterio de Dios uno y trino, «unitrino» como
ya dice Tertuliano? ¿Cómo poder explicar que Jesucristo es Dios y hombre? A
través de muchos rodeos, con la superación de las herejías, la fe se afirmó en
el pueblo de Dios, y con categorias del pensamiento griego encontró la solución
con el recurso a la persona.
La fe se plasma en las fórmulas del misterio. Dios es una esencia y tres personas.
Hay dos naturalezas en Cristo
y una sola persona. La teologia católica, en sus primeros balbuceos se
esfuerza por encontrar los nombres adecuados. Los dos vocablos, persona y prosopon, son los más
indicados para la expresión de los misterios de la fe cristiana, que por
definición están en una esfera de inteligibilidad a la que no puede llegar la
humana inteligencia. El misterio de las personas divinas abre la puerta a la
teología de la persona. La persona cobra un nuevo e inesperado siginificado, da
el salto a lo más digno y noble, y abraza en su horizonte a Dios, los espíritus
y el hombre. Fue más fácil la adopción del vocablo persona entre los latinos, que el uso pacífico
del vocablo prosopwn entre los griegos. La carga semántica del vocablo lo
llevaba al teatro, a un horizonte muy lejano del misterio. Pero a partir de los
Capadocios, en Oriente y de Agustin en Occidente, la teología trinitaria y
cristológica se desarrolla en torno a los conceptos de persona, de naturaleza,
de subsistencia y de esencia. El vocablo persona se aplica antes a Dios en sus
misterios que a los hombres, antes a los individuos que ostentan alguna
dignidad que a los sujetos singulares. Las reflexiones teólogicas de mayor
penetración son fruto del genio de San Agustin en su obra De Trinitate. Para dar razon de
este misterio era necesario encontrar los términos que mantienen la pluralidad
y no rompen la unidad. La fe cristiana afirma un solo Dios, no tres, pero
afirma la pluralidad en Dios, porque Dios se revela como Padre, Hijo, y
Espíritu. Siendo un solo Dios, se revela en tres personas. A diferencia de las
palabras «esencia» o «sustancia», que designan lo común, pero no lo singular de
cada una, Agustin advierte que las palabras «hipóstasis» o «persona» son aptas
para la fe en el misterio, porque «persona» «no significa una especie, sino
algo singular e individual». La persona significa solo el individuo singular, y
se dice de las personas divinas y también de los hombres:porque «todo hombre singular, es una persona».
En el uso común y en la reflexión de los pensadores, la palabra
persona en el s. IV ya no significa solo la máscara teatral, sino el ser
singular de cada sujeto humano. Los diversos balbuceos en torno a estas
palabras encuentran una respuesta de gran penetración en Boecio.
El Liber de
persona es el más famoso de
los opúsculos de este pensador cristiano. A pesar de su pequeñez, es una piedra
miliaria en el camino del hombre hacia las profundidades de su propio ser
personal. Es fruto de las controversias cristológicas al principio del s. VI.
Boecio se propone ayudar a los clérigos romanos que no saben responder a las
preguntas que le formula la iglesia de Bizancio en torno al misterio de la
encarnación. ¿Cómo explicar la unidad de las dos naturalezas en Cristo,
verdadero Dios y verdadero hombre?¿ Cuál es la relación de la persona con la
naturaleza humana o divina en Cristo? El opúsculo boeciano es una respuesta bien
estructurada y muy adecuada al diálogo entre las dos iglesias, porque Boecio,
formado en la escuela de Atenas, óptimo y elegante traductor y escritor latino,
realiza su indagación teniendo presentes los vocablos griegos y latinos,
mostrando sus analogías y diferencias. La conclusión a que llega está contenida
en la primera y más famosa defición del ser personal, que elabora con el género
de la substancia, y la diferencia de la racionalidad. La persona indica siempre
un ser singular, sustantivo, de naturaleza racional. La fórmula ha quedado
esculpida para siempre en las cuatro palabras latinas: Rationalis naturae individua
substantia.
Para entender el concepto de persona hay que poner en él las tres
cosas que incluye en el orden del ser: subsistencia, racionalidad, singularidad
existente. Boecio, que seguía la teologia agustiniana, observó que esta
definición era válida para dar una cierta inteligencia del misterio de
Jesucristo, en quien la persona asume las dos naturalezas, pero ya no era tan
apta para aplicarla al misterio de la trinidad, en el cual una sola esencia se
realiza en tres personas. El mismo presentó otra pista de reflexión, en la cual
la categoria de la relaciónsustituía
a la sustancia.
Tomás tendrá muy en cuenta la aportación de Boecio y logrará
superarla desde dentro. El aprecio de Tomás por Boecio fue muy grande. De hecho
es el único autor medieval que comenta, al menos en parte, alguno de sus
tratados, como el De
hebdomadibus, y el de Trinitate.
La reflexión medieval sobre la persona parte de la definición de
Boecio, quien apenas tiene rival. Por ello se habla en este campo de unaaetas
boetiana, que abarca desde el s. VI hasta el s. XIII. A lo largo de ese
tiempo se formulan nuevas definiciones de la persona. Ricardo de S. Victor y
Alano de Insulis dejan de lado la «sustancia» y la sustituyen por la «existencia».
Alejandro de Hales pone el acento en la «dignidad» que
comporta la persona. Tomás hará referencia a las definiciones de los «maestros»
medievales y tratará de dar razón de la verdad que contienen esas afirmaciones.
El uso del pueblo tiene su parte en la carga semántica del vocablo persona. «Es
costumbre llamar personas a quienes ostentan alguna dignidad en la iglesia»,
y en la sociedad, como a los obispos y jefes de los pueblos. Son ellos los que
expresan la dignidad que significa el término.
La teologia de los primeros 12 siglos de la iglesia ha depurado el
concepto de persona y ha logrado la conjunción de dos significados, el externo
de origen teatral, y el interno que viene de los dos misterios fundamentales de
la fe cristiana. Es una unidad con cierta tensión de los opuestos: el aparecer
y el ser, la singularidad irrepetible y la densidad ontológica. Tomás ha
trabajado con afán por recoger los hilos de la triple tradición en la cual se
ha formado la persona. La persona designa un todo real y existente, en el cual
confluyen tres notas integrantes: subsistencia, racionalidad, singularidad.
Tomás lo anota ya en su primera obra de teólogo comentando las Sentencias de
Pedro Lombardo. La herencia es ya muy rica, y sirve de punto de apoyo a la obra
de Tomás.
2. La maravilla del ser personal
Sobre ese pasado cultural Tomás, como buen arquitecto, edifica su
propia posición en torno a la persona. Vale en este caso lo que él afirmaba en
general: que es siempre poco lo que un solo operador cultural puede añadir a la
ciencia en cuanto tarea común. Pero eso «poco» puede ser decisivo. Lo advertía
Aristóteles hablando del nous: es algo «muy pequeño» en comparación con todo
cuanto hay en el hombre, pero en realidad supera en valor a todo lo demás. Algo
así ocurre con Tomás, su pensamiento en todo a la persona ocupa poco espacio en
su obra, pero es muy importante. Tomás es un pensador muy inserto en la
tradición, muy respetuoso con los pensadores del pasado, amigo de todos los que
buscan la verdad. Una frase feliz de su gran Comentador Cayetano lo afirma con
rotundidad: Tanto amó a los que le precedieron que Dios le dió la inteligencia
de todos ellos.
Tomás es un hábil constructor que se identifica con su obra, y se
oculta en la sombra del rayo de luz que proyecta. No hay obra tan personal como
la suya, a pesar de que muy raras veces y solo forzado, hable de sí mismo.
Pierre Duhem creía que la obra de Tomás estaba edificada con los bloques de
piedra de canteras ajenas, y por ello no deparaba ninguna sopresa al
historiador de las ideas. En cambio Tocco observa la reacción de los alumnos en
sus clases, y no sabe decirlo sino poniendo nueve veces en ocho líneas la
palabra nuevo. La verdad es que Tomás no ha sido descubierto en su originalidad
hasta el s. XX. Se puede afirmar que los lectores, aún los más avisados, han
resbalado sobre sus textos. Al buscar la raiz de su pensamiento, el núcleo del
mismo, se ha descubierto que no solo es original en relación con Aristóteles,
sino que lo es en absoluto y logra una inteligencia de la realidad en
filosofia, en teologia, en pensamiento cristiano que no tiene par. M.D. Chenu
se complacía en descubrir la novedad del mundo de Tomás. Hoy está bien
documentado que Tomás logra una intuición y un estilo de filosofar que es
totalmente original, que es el primer pensador que tiene una filosofia
cristiana, cuyo pensamiento solo se explica con la palabra «tomista».
En el caso de la persona esto es verdad. Todo lo que la tradición
le ofrece es como la materia en la cual él infunde una forma, que unifica y da
el ser. Encontrar ese núcleo radical del pensamiento de Tomás, es la clave para
entender su original aportación. La Encíclica «Fides et Ratio» ha podido hablar
de «la perenne novedad de su pensamiento».
Hay en su exposición una amplia presencia de todo que se ha
escrito y enseñado en torno a la persona, pero hay una radical novedad que no
se encuentra fuera de él. Para nuestro propósito es decisivo conocer las tres
novedades que encierra su pensar sobre la persona: la primera la que le viene
trasmitida de modo implícito en la revelación judeo-cristiana: es la verdad
integral sobre el
sujeto singular. La segunda es propia de Tomás: la densidad ontológica del ser
personal. La tercera la ha confiado a los discípulos: la realización en la vida personal
y comunitaria de ese proyecto de Dios y de esa dignidad que compete a todo hombre por ser
persona. Lo nuevo presupone lo antiguo, y el camino del desarrollo es el que
ofrecía como lema León XIII en su Enc, «Aeterni Patris»: completar lo
antiguo con lo nuevo:Vetera novis augere et perficere!.
En este contexto nuestro cometido es el de captar el núcleo del
pensamiento de Tomás sobre la persona. En un todo compuesto no se entiende
ninguno de sus componentes sino en la relación de apertura a la totalidad. La
clave de lectura de cualquiera de los puntos decisivos de la doctrina tomista
está en su metafísica, en su comprensión del ser. Para llegar a la persona
necesitamos situarnos en su punto de vista, desplegar el contenido del concepto
de persona, y percibir la novedad que implica en relación con la herencia del
pasado. Ese punto de vista es el de la inteligencia del ser como acto. El
concepto de persona es el más complejo de cuantos nos ofrece el horizonte de la
metafísica, y la novedad tomista consiste en el salto de una filosofia de la
esencia a una comprensión del acto de ser. La persona es la maravilla del ser
en su máxima perfección, cual se realiza en los sujetos singulares de
naturaleza espiritual, desde el hombre hasta Dios.
2.1. El ser como acto.
La novedad histórica más notoria en la obra de Tomás, mientras se
gestaba y se exponía en las aulas de Paris, de Roma y de Nápoles, donde ejerció
su magisterio, fue la introducción de Aristóteles, no solo de su lógica, sino
de su obra completa, cual llegaba en el s. XIII en las traducciones en cadena,
en los texos enigmáticos, pero inquietantes. Alberto Magno había concebido el
proyecto de difundir y explicar a Aristóteles a los latinos, Tomás lo fue
realizando con intensidad creciente. Emuló la obra de Averroes entre los árabes
y se hizo su expositor y comentador. Para Tomás Aristóteles personificaba la
filosofía, y por ello lo cita como el filósofo por antonomasia. Su
aristotelismo fue singular, porque tuvo que navegar entre dos aguas, ni se dejó
arrastrar por los averroistas parisienses, ni en ningún momento comprometió su
fe cristiana. En su trabajo diario dedicó mucho tiempo al estudio y a la
exposición de sus obras. La muerte le sorprendió cuando una buena parte de
obras estaban iniciadas en el taller y así quedaron sin terminar. Por todo esto
ha sido opinión generalizada que Tomás coincidía con Aristóteles en filosofia,
que era un puro aristotélico. Hoy esa opinión es insostenible. Tomás coincide
con las tesis fundamentales de Aristóteles en torno a la sustancia, a la
comprensión del mundo físico, pero se distancia de Aristóteles radicalmente en
dos direcciones, una de la razón, en las fuentes, con la acogida del
neoplatonismo que conoce en la obra de Dionisio, delLiber de Causis, de
Agustin y tantos otros, y sobre todo en la comprensión del ser como acto y por
ello en la relación del ente con el ser, y otra en todo lo que no sea comforme
con la fe cristiana. Tomás analiza los tres estadios que ha recorrido la
filosofía en su lenta ascensión hacia el ser, uno con los presocráticos, una
segunda navegación con Anaxágoras y con la altísima especulación de Parmenides,
Platón y Aristóteles, y una tercera que solo ha sido posible con la revelación
del origen del ente por creación, como participación del acto infinito del ser.
Esa vía tiene su origen titubeante en Avicena, y se realiza solo en Tomás.
La primera obra en que ya aparece es el tratado De ente et essentia, la obra
juvenil que contiene la gran intuición de Tomás. En ella inicia y abre su
propio sendero, que solo lentamente, más bien de modo implícito, lo lleva a
cabo. Esta es la «tercera navegación», obra de Tomás, aunque él no se lo
atribuya. El progreso se ha hecho paulatim
et pedetentim. El salto hacia un nuevo horizonte es el salto del ente al
ser y del ser al ente, entendiendo el
ser como acto.
Aristóteles habia iniciado la ascensión del pensamiento hacia el
acto al proponer el alma humana como acto del cuerpo, y haber descubierto la
actualidad y la potencialidad en lo real. Es el momento cumbre del pensamiento
griego. Pero no pasó de ahí. Su metafisica es una teoria de la sustancia. En
cambio Tomás, bien apoyado en él, intuyó la plenitud el acto de ser, y llegó a
la comprensión por la via de la resolución y de la participación. Así desveló
el ente a la luz del ser y la participación del ser en los entes. Su camino
filosófico queda trazado, el ser como acto es el acto de los actos y la
perfección de las perfecciones . El ser como acto es la raiz de todo cuanto
acontece en el ente. No se trata del ser común, abstracto, sino del acto de ser
que implica el salto de la nada al ser, y la recepción en los sujetos. La
filosofia hasta ese momento se había fijado solo en la esencia, la forma, las
categorias, pero había dejado el acto de ser. En nuestro tiempo Heidegger, que
había estudiado de joven la filosofía y la teología de Tomás, con una beca en
la Universidad de Friburgo, descubre el olvido del ser que Tomás había intuido,
denuncia ese olvido, pero por motivos que oculta, no es capaz de darle
solución.
Tomás nos situa frente al ente en la relación hacia el ser, y al
ser en el punto de partida de todos los procesos de emanación de los entes.
Situado en esa perspectiva de total novedad, Tomás da razón de la
persona y la define desde el ser. La fórmula bien sencilla y densa es esta: La
persona significa la realidad más perfecta, un ser concreto de naturaleza
racional: Persona significat
id quod est perfectissimum in tota natura, scilicet substantia in rationali
natura. El acto de ser
radical es lo más opuesto a la nada. Es la maravilla que sorprende siempre, y
la sopresa llega cuando el hombre se encuentra ante la realidad existente más
perfecta, la realidad singular, que excluye toda abstracción, y solo se expresa
bien en el «yo soy».
2.2. El ser personal
El teatro se apoya en la máscara que oculta la persona, y a su vez
la máscara adquiere su pleno sentido en la escena del teatro. Cuando se da el
salto del teatro a la metafísica ocurre algo semejante: la persona funda la
metafísica y ésta da razón del misterio del ser personal. Porque no hay duda
que la persona precede la metafisica, como el ser precede el conocer. En la
persona, como el ser en su más alto grado, tienen su asiento las tres partes de
la metafisica como «lectura» y descubrimiento de la realidad existente:
trascendental, categorial, personal. Solo la persona encierra toda esa gama de
perspectivas. A su vez solo desde la metafíisica es posible integrar todos los
componentes de la persona, desde el acto de ser, a los diversos modos de
participación en el ser, que se van diferenciando conforme hay nuevos modos de
potencia que recibe el acto de ser. Tomás nos ha enseñado a recorrer estas
avenidas de la metafísica y de la persona. Es él quien nos presenta la síntesis
más acabada del ser personal.
Esta lectura tomasiana es la que nos interesa conocer. La realidad
de la persona coincide con el ser en su perfección más alta. Por ello el
concepto de persona es el más complejo, en el cual pueden anidar todos los
demás. En la tradición doctrinal de la persona Tomás descubre tres notas
complementarias. En la síntesis que propone reaparecen también tres notas
constitutivas: la primera es la totalidad,
la segunda la subsistencia y la tercera la espiritualidad. El ser personal
es siempre un sujeto integral, subsistente y de naturaleza espiritual. Cada una
de las notas se despliega en un haz de componentes.
a) La persona es
un todo singular, existente. Solo hay persona cuando tenemos un singular
perfecto existente. El ser personal queda excluído donde hay solo partes,
entidades abstractas, donde no hay autonomía e independencia. La realidad del
ser personal no se puede dar en la mutilación del todo existente. La mano o el
pie del hombre pueden ser llamadas partes, pero no admiten la designación de
personas. Ocurre lo mismo con todo lo que sea universal, puro concepto,
categoría abstracta, ente de razón cuyo ser es ser pensado.
La persona implica el acto de ser, y el ser en acto. Se da solo
cuando hay un sujeto existente, un singular real, un individuo. De tal modo
esta condición de totalidad existente es requerida, que para Tomás el alma
separada del cuerpo, a pesar de que no puede separarse del ser y sigue
existiendo como separada, y es capaz de tener todas las operaciones que se
siguen del alma espiritual como es el conocer, apetecer, y tener relaciones, no
es persona. El alma en estado de separación se encuentra en un cierto estado
violento, en tensión hacia su propio cuerpo, porque por esencia es forma de una
materia corporal, que implica carne y huesos.
Esta condición de ser un todo, un sujeto completo, existente, es
el punto de partida de la realidad personal. Ha sido Kierkegaard el filósofo
que más atención ha prestado al sujeto singular en su condición de único,
irrepetible, con sus notas y componentes. Es lo que expresa el pronombre
personal, el yo y el tú. La complejidad y perfección de
este concepto queda bien clara al advertir que la persona es el único concepto
que incluye la existencia, y que no admite abstracción. Por ello hay una
limitación en nuestro lenguaje y en el modo de concebir las personas, porque no
toleran abstraccion, y son inefables. Se revelan en el rostro mejor que en
lenguaje. Y llevan consigo su secreto que nadie desde fuera les puede arrebatar
.
b) El ser personal es subsistente. Topamos aquí con otra
característica de la persona, la más radical en el ser, y al mismo tiempo como
un escollo para nuestro pobre modo de concebir. La subsistencia es uno de los
conceptos más complejos de la metafísica. Aristóteles abría la pista de esta nota
al decir que la substancia
primera era la que en verdad
es real, y tiene una primacía en el tiempo, en el ser y en el proceso de
conocer. La subsistencia incluye esa primacía óntica. Por un lado excluye la
dependencia en el ser, y rechaza cualquier reducción a alguno de los
accidentes. No puede ser de
otro, en otro, para otro, a no ser de modo relativo.
La persona reclama autonomía, independencia en el ser y por ello
en el obrar. Desde la vertiente positiva implica un ser en sì no en otro. Es el sujeto singular
que subsiste, es y dura en el ser. «Según que existe por si y no en otro se
llama subsistencia ya que decimos subsistir a lo que existe en sí y no en
otro».
El concepto se hace esquivo a una adecuada comprensión, porque
conserva como la substancia, una huella inadecuada de su origen. La partícula sub indica su parentesco con la substancia, que se designa así
porque en nuestro modo de conocer no se presenta sino a través de los
accidentes, como si fuera algo que está debajo de ellos y se oculta a la
experiencia directa. En verdad no hay tal. La subsistencia es el fundamento del
singular. Indica el modo de ser, la duración en el ser, la exigencia de
independencia y autonomía. En la hora actual circulan otros vocablos
complementarios, como insistencia,
persistencia y aún proexistencia. Estos conceptos
se verifican en el ser personal en cuanto es capaz de conocerse y de dominar su
acción y sus procesos, en cuanto, siendo singular, está llamado a la
autotrascendencia. De esta condición se sigue que el acto de ser le pertenece
de modo inseparable. Tomás habla del acto de ser que viene con el alma, y por
su mediación se comunica al todo humano que integra alma y cuerpo. El sujeto
humano, y todo ente creado puede ser dueño de sus actos, de sus procesos, pero
no lo es sino de modo indirecto de su propio ser, que le ha sido dado, y como
tal es incomunicable. La incomunicablidad del ser es como la clausura
ontológica de los seres personales. En esta nota se apoya el principio de la alteridad. Cada sujeto personal
es otro. Y cada uno de los sujetos
personales están clausurados en su propio ser y no pueden ser el otro. Cada uno
es el que es, y no puede ser al mismo tiempo el otro. La subsistencia es
fundamento y es como el sello de clausura: la
persona es sui iuris et alteri incommunicabilis. «Por el nombre de persona
se significa formalmente la incomunicabilidad, o la individualidad subsistente en
la naturaleza».
c) La persona implica naturaleza espiritual. La tercera nota de la
persona es decisiva. No se debe entender como diferencia específica, sino como
un incremento en el ser que ya significa la subsistencia. Se requiere en la
persona un modo de ser noble, digno, excelso: la condición espiritual. La
tercera navegación ha dado a Tomás una visión completa del ser, en extensión
como en intensidad. A través del ente se llega al ser. El ente es solo una
participación finita del ser. La participación presupone la plenitud. Se da el
ser en absoluto, y se dan los entes en una escala, en la cual hay dos órdenes
bien diferenciados, el del espíritu y el de la materia. La totalidad de los
entes se distingue en espirituales y materiales. En el polo opuesto al puro
ser, se da la pura materia prima, con la diferencia que el puro ser es
necesario y la pura materia imposible de existir por sí sola por carecer de
acto. El problema difícil de resolver, que Tomás se planteó toda su vida, y
dejó abierto era el de la existencia de los entes espirituales, substancias
espirituales, inteligencias. No tenemos acceso a ellas de modo directo, dados
los límites de nuestra experiencia. Pero llegamos a la certeza de su existencia
desde la prueba ciertísima, la más cierta de todas las que tenemos, de la
existencia del alma humana que cada cual experimenta en sí mismo a través de la
presencia de sí a sí y de las operaciones consiguientes que implican la
espiritualidad. El alma humana está en el horizonte o confin de esos dos
mundos, el de la materia corporal y el del espíritu.
La persona solo existe en el horizonte del espíritu. Tal era ya la
conclusión de Boecio: es persona el hombre, lo es el angel, lo es Dios. Pero no
es persona ninguno de los vivientes, animales o plantas y menos pueden serlo
los seres materiales, por más que puedan ser subsistentes. La persona implica
por tanto el ser espiritual. Y aquí radica su dignidad en la escala del ser, su
rango, su nobleza. La persona es una participación del ser en el grado más alto
del mismo, que es el del espíritu. A diferencia de la materia corporal que
lleva consigo la cuantidad y por ello nunca puede estar toda en todo, el espíritu
tiene la condición de estar presente, de tener potencias y actividades que solo
competen al espíritu. El ser espiritual, carente de partes, está todo en todo,
puede entrar y salir de sí mismo a través de sus actos. Los neoplatónicos
desarrollando lo que llamaban cascada de los entes, conocieron este entrar y
salir, estar consigo y salir de sí, como una de las notas que le competen. Esto
es propio del ser espiritual de la persona: una
reditio completa.
Esa vuelta hacia sí mismo, la realiza la persona mediante el
conocer y el apetecer. Por el conocer tiene en sí mismo, en esa presencia del
alma consigo, todas las formas de las cosas conocidas. Conocer es acoger,
abrirse a lo que está más allá, unir en el interior lo disperso en el mundo. Y
esa apropiación de la realidad engendra un movimiento hacia afuera, pide una
salida de sí a la alteridad. A toda forma sigue una inclinación. La clausura
óntica se torna apertura ontológica. Aristóteles había descrito esta capacidad
del alma, de conocer y dominar, y por ello de hacerse todas las cosas a través
de dos signos, la mente y la mano. El alma se abre a la totalidad y se hace quodammodo omnia. Los
neoplatónicos desplegaron la fuerza del amor como éxtasis y unión del amante
con el amado, de la voluntad con el bien real de las cosas. El repliegue del
ser sobre sí mismo en la persona se abre en abanico intencional en los dos
campos, el del conocer y el del apetecer, y así se establece el admirable orden
de las relaciones consigo, con el Ser absoluto, con otras personas, con el
mundo. Estas cualidades de la persona que siguen al ser personal, por su
dimensión espiritual, han sido desarrolladas, más que fundadas por el
personalismo moderno.
La persona es el ser solitario por su condición de clausura, y
comunitario por su realidad de apertura. Leibniz hacía de cada mónada un mundo
sin ventanas, pero un mundo poblado de entes conocidos y de apetitos
predispuestos en la armonía creadora y providente. Heidegger se esfuerza por
demostrar la apertura del sujeto humano porque está en el
mundo y da origen a un mundo cuando se situa en ese sutil hilo que se mece en
las ondas del ser y de la nada.
Ser persona implica una dignidad congénita, y una capacidad de
dignidad que se puede conquistar en la medida en que el ser desarrolla toda la
potencia que encierra en su naturaleza espiritual. Hoy conocemos la riqueza de
posibilidades del sujeto humano en su condición corporal, como desvelamos en
los rostros, pero ya desde antiguo ha sido descubierta la infinita variedad de
desarrollo del sujeto personal humano. La filosofia moderna de la subjetividad
y de la conciencia se han beneficiado de este filón cuyas profundidades nunca
han sido agotadas.
La sentencia de Heráclito sigue en pie:»Camina, camina, nunca
llegarás a los confines del alma, tan profundo es su logos!».
Tal es la lectura de Tomás sobre la persona humana. Es una lectura
metafísica, del ser personal. Se constata en los pronombres, yo-tu,nosotros, de algún modo se refleja en los
nombres personales, pero de suyo es inefable. El discurso genérico sobre la
persona es impreciso, apenas la indica, no la comprende. La persona indica este
sujeto singular, existente, subsistente, que es espíritu o participa del
espíritu. La persona indica la totalidad, y por ello incluye en su unidad todas
las notas del ser, las de espíritu y en el hombre las de la materia; todo lo
que subsiste en este sujeto. Un párrafo de Tomás nos dice lo esencial de su
pensamiento. Es de la cuestion 9 De
Potentia. «La persona designa una cierta
naturaleza con un modo de existir. La naturaleza,
que incluye la persona en su concepto, es la más digna de todas, es decir la naturaleza intelectual según su género. Análogamente el modo
de existir que incluye el concepto de persona, es el más digno, esto es algo que existe por sí». Esta
profundidad del ser de la persona puede fundar y trascender todas las
exigencias de los personalismos, que acentuando la acción o las relaciones,
dejan el aire la realidad del ser personal.
2.3. La novedad tomista
La aportación de Tomás a la comprensión del ser personal, está en
el salto del orden de la esencia al del ser. La persona se comprende desde el
ser como acto, que es la perfección más alta, la plena actuación del acto de
ser. Esta plenitud le da una dignidad y un valor absoluto, realizado aquí y
ahora en este sujeto personal. La dignidad de la persona se realiza en modos
diversos, en un orden analógico, porque compete a Dios, al ángel y al hombre.
En todos indica la plenitud, con mayor o menor escala, como es su naturaleza.
Pero en todos dice lo propio de la persona: un ser subsistente en la naturaleza
racional o intelectual. Tomás lo expresa en fórmula lapidaria: omne subsistens in natura rationali
vel intellectuale est persona. (CG, IV,35).
La novedad de la aportacion tomista es metafísica, es el salto de
la línea de la esencia afirmada en la tradición aristotélica de Boecio hacia el
orden del ser entendido como acto. Por ello es substancia, pero en el sentido
de substancia primera: el
supuesto que subsiste en el género de susbstancia. Se añade individual para indicar que no todos los
subsistentes sustanciales son personas, sino solo los naturaleza racional. Se dice individuo lo que es indistinto en sí y distinto
de los otros. Por ello la persona, en las diferentes naturalezas, implica lo
que pertenece a esa naturaleza. La naturaleza humana implica esta carne, estos
huesos, esta alma, todo aquello que es principio de individuación de este
hombre. Por ello, aunque esas cosas no vayan con la noción de persona, van con
la de persona humana porque son de la naturaleza de Pedro, de Juan y de Maria.
La definición de Boecio incluye naturaleza
racional. Tomás la ha ampliado a todo sujeto de naturaleza espiritual o
intelectual. Era costumbre designar los seres espirituales con los nombres de
«substancias separadas», «inteligencias», «espíritus», o ángeles. Todos ellos
son personas, aunque no se definan por ser racionales como el hombre. El
concepto de persona vale también para Dios, al cual no se le puede aplicar con propiedad
el concepto de substancia, por ello Tomás precisa en otra fórmula más apropiada
la noción cabal de persona: «distinctum subsistens in intellectuali natura». En este modo pleno de ser, que es
elser en sí y para sí, subsistente y espiritual, se comprenden todas las
notas del obrar por sí. El obrar sigue al ser, Y el obrar de la persona es el
que pertenece al ser personal. La sustancias perfectas poseen el dominio del
actuar propio, y son capaces de dirigir sus actos libremente. La persona es
capaz de estas actividades que brotan del profundo del ser en el orden del
conocer, del actuar, y de hacer. No es preciso que ejerza esas accciones o
relaciones, sino que sea capaz de ellas por su misma condición de naturaleza
espiritual. Esas actividades brotan del ser y pueden ser inmanentes como pueden
realizarse en el encuentro entre personas y en la vida comunitaria.
Mounier proponia las tres dimensiones de la persona en sus
relaciones: por medio de la vocación se relaciona con Dios, por medio de la
comunión con otras personas, por medio de la solidariedad con las tareas
comunes de promoción del hombre en el mundo. Vocación,
encarnación y comunión son
las tres dimensiones de la persona. Para Tomás todo se encuentra en el acto de
ser de la persona: «La
personalidad pertenece necesariamente a la dignidad y a la perfeción de una
realidad en cuanto esta existe por sí, todo lo cual va incluído en el nombre de
persona» . La persona implica
el modo más pleno de existir, el más noble. Porque «el ser pertenece a la
m,isma constitución de la persona»
La orientación metafísica de Tomás ha llevado a su término el
concepto de persona iniciado en Boecio. La aplicación de la doctrina delactus
essendi a la persona es una
conquista nueva y definitiva. El hombre es ser personal desde el principio y lo
es para siempre, Hay una dignidad inherente a todo ser personal, que tiene
aplicación inmediata en el hombre, cuyo ser y devenir van siempre unidos. El
hombre es y se hace.
Es siempre persona y se hace personalidad. Desde su concepción
hasta la muerte, su ser personal lo define, porque es su constitutivo. Nadie le
puede dar esa condición, nadie se la puede quitar. Es algo anterior y superior a la
sociedad civil, que se funda sobre la comunidad de personas.
3.- Actualización y futuro del hombre
El maestro Tomás ha sido designado como Doctor Humanitatis, por cuanto
ha sabido leer a fondo el libro del hombre escrito con el dedo de Dios, huella
divina, y por eso de profundidad inagotable. El hombre logra descifrar su
misterio en la medida en que reconoce lo que es y asume su rol de responsable
en la tarea de «hacer al hombre», mediante la promoción de sí mismo y de
la sociedad. La gran dignidad del ser humano se condensa en su ser personal, y
por ello en la conquista de la personalidad. Tomás, filósofo de la persona, con
absoluta novedad, no puede ser definido como un filósofo personalista. El personalismo es típico del s.
XX, que ha tenido su mejor desarrollo en discípulos de Tomás, como Maritain y
Mounier. En el fondo, como confiesa Lacroix, ha nacido para defensa de la
persona, oprimida por los totalitarismos.
Tomás reconoce el máximo nivel del ser en la persona, pero no se
puede reducir todo su sistema a la persona. En la persona logra el ser su
dignidad más alta, en ella se realiza un modo de ser, pero el ser como tal, al
cual está abierta la inteligencia, rebasa ese horizonte.
Tomás es el pensador del ser en todas sus dimensiones, entre las
cuales está la condición personal humana.
Hemos puesto de relieve la novedad cristiana al dar la primacía
del mundo al hombre imagen de Dios, realizada en plenitud en Jesucristo y
llamada al desarrollo en todo sujeto humano creado para salvarse. A esa novedad
se añade la lectura del ser personal que es propia de Tomás, y supera cuantas
se han hecho, porque toca lo profundo existencial de cada ser humano existente.
Tomás ha logrado esa lectura desde las dos fuentes de su pensamiento, el de la
inteligencia que descubre la verdad de los entes, y el de la fe que ha
iluminado el misterio del hombre y lo resuelve a la luz de Jesucristo.
Pero Tomás es un sembrador en el surco. Ha lanzado su semilla y la
ha confiado a los que venimos en pos de él. El reto que nos plantea es el de
cuidar esa semilla de la verdad sobre el ser personal. La verdad tiene una
fuerza irressistible, es lo más poderoso. Nuestro problema es de llevar a la
realidad de la vida lo que la fe y la razón ya han descubierto acerca de la
persona.
Hay tres campos en los que el concepto de persona, logrado por
Tomás, tiene que ser desarollado.El futuro del hombre, esta aventura del tercer
milenio está comprometido en esta aplicación. Los tres campos de preferencia
son, a nivel individual, el de la
educación de la persona, a nivel social, el desarrollo de los derechos de la persona, y a
nivel trascendental el cultivo de las
relaciones con Dios. Tomás va
por delante.
El ha indicado el el camino por el cual hay que proceder. Pero él
no ha sacado todas las consecuencias de su posición. El Doctor humanitatis nos pone a prueba ante estos retos
que son pilares de lo humano en el tercer milenio.
El
desarrollo de esta tarea excede ya los límites de este ensayo. Por ahora basta
dejarlo insinuado. El desarrollo quédese para otra vez. Lo que Tomás realizó
con la herencia judeocristiana de la persona, debe ser actuado en el milenio
recién estrenado, por quienes lo toman como Doctor
humanitatis. En esta marcha
hacia adelante y hacia arriba, desde las alturas del ser personal, abre camino
ejemplar el Papa Juan Pablo II, un gran estudioso de la persona, promotor del
nuevo humanismo cristiano. Su obra de pensador, y de pastor, abarca esos tres
campos indicados. Por ellos se puede desandar el camino extraviado, se devuelve
a la persona su dignidad y a la familia su misión promotora y forjadora del
hombre.
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