O mejor: ¡me pongo en camino!
Hoy es el gran día en el que comienzo a caminar y estoy asustada.
¿Qué me encontraré en el camino? ¿seré capaz de llegar al final? ¿seré capaz de completar ni siquiera la primera etapa?
Voy a revisar mi mochila.
Para este viaje necesito: la Palabra de Dios como guía y el catecismo para interpretarla bien. Como alimento, la Eucaristía. Y al terminar las etapas, una buena ducha para quitarme el polvo del camino haciendo una buena confesión.
Ahora estoy más tranquila, nada de todo lo que necesito se basa en mis propias fuerzas.
¿Qué fuerzas propias tengo ahora mismo?
La verdad es que pocas. Tengo una edad en la que dicen que si no te duele algo es porque estás muerto. En casa tengo mucho trabajo y dos mudanzas en perspectiva...
Pienso en el Pueblo judío andando por el desierto y me siento identificada y entiendo lo que el Señor quiere de mí: una confianza plena e incondicional.
Y Le doy las gracias porque para mí es fácil confiar en Él. Mis padres me lo enseñaron desde pequeñita con su ejemplo y nunca me ha dado motivos para dudar de Él. Al contrario.
Me voy animando, ya no lo veo tan difícil.
Me falta una última cosa: compañeros de viaje. Compañeros que me animen en mis horas bajas y a los que pueda animar. Compañeros que me ayuden a encontrar el camino cuando esté perdida. Compañeros para reír y compartir.
¿Quién se anima?