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domingo, 12 de mayo de 2019

¡Tenemos miedo de ser santos!


 JOSÉ LUIS NUNES MARTINS

Casi nadie duda de que el amor es el camino hacia la felicidad. Solo amando, podemos alcanzar lo más valioso que hay en la vida.

¿Por qué no lo consigue la mayoría de la gente? Porque amar supone amarguras y sacrificios que escandan  nuestros egoísmos. Porque, muchas veces, incluso pensamos que no podemos ser felices. La verdad es que, por nosotros mismos, no lo somos. Solo con algo más que nuestro orgullo podemos diferenciarnos en el mundo.

Vivir es hacer camino. Siempre. El desafío de la existencia humana es sencillo de enunciar: soñar, construir y recorrer un camino único, nuestro. Vivir es edificar la propia vida. De ahí que no podamos jamás pensar que la felicidad o la santidad estén fuera de nuestro alcance, ni, tampoco, que sean algo que no es de nuestra responsabilidad.

Queremos el cielo, pero no queremos recorrer el camino que nos lleva hasta  él. Creemos que sería mejor que el acceso a lo alto fuese siempre por un milagro, pero de aquellos instantáneos, en que nadie tiene que hacer nada. O sea, la única cosa que tendríamos que hacer sería extender la mano, como pidiéndole esa limosna a Dios.

La verdad es bien diferente. Somos libres y llamados a experimentar vivir la vida en su profundidad, en toda su amplitud y en toda su altura. Esto es, la libertad nos vincula al deber de elegirnos a nosotros mismos. De elegir lo que queremos ser. Si yo elijo ser simpático, lo soy. Si yo elijo ser áspero, lo soy. Hay quien elige no escoger  y así decide no ser más que… nada.
Las grandes decisiones para poder concretarse dependen de millares de pequeñas elecciones. Si yo, por ejemplo, quiero estar bien de salud, entonces debo tener esto en mente a lo largo de todo el día y de todas las elecciones que soy llamado a hacer.

Ser feliz es ser santo. Son, en verdad, dos palabras para una misma realidad. Y tal vez haya una tercera que puede sumarse a ellas: ser héroe.

Es necesario ser héroe para sujetar las riendas de la vida y guiarla cerca de aquellos que más amor necesitan. Unos tienen hambre, otros sed, otros, estando enfermos o presos, se sienten abandonados. Están los que no tienen nada que los proteja de las noches más oscuras y frías y buscan quien pueda compartir su casa. O un simple agasajo. En todos estos está Dios esperándonos y necesitando de nosotros.

¿Son felices los que solo acumulan riquezas o dones? No. Son felices los que usan su sabiduría cuanto pueden, multiplicando su valor hacen de eso instrumento del amor, cuando son capaces de ir al encuentro de los que parecen ser los más pequeños de nuestros hermanos. Esos que la sociedad se obstina en no ver, a pesar de que su sufrimiento es evidente y clamoroso.

La felicidad es una especie de premio para quien es capaz de no desistir nunca de construir el camino de la felicidad, a pesar de los dolores que eso conlleva, todos los días. Tal vez lo más difícil sean los pequeños dolores que se van acumulando, como si nunca tuvieran fin, haciéndonos creer que este tal vez sea el camino equivocado.

La renuncia asusta. Pero amar también significa elegir lo que no se quiere. Los héroes renuncian a sí mismos en nombre de algo mayor que ellos mismos. Las personas felices soportan cosas insoportables y renuncian a la mayor parte de las cosas que las demás personas consideran esenciales para sentirse satisfechas. Los santos viven la pureza del alma, renunciando a todo lo que, por más agradable que sea, no es sino un engaño.

Nadie es feliz solo para sí mismo, ni santo o héroe. La ambición y la vanidad son crímenes cometidos contra nosotros mismos, en virtud de la pérdida de tiempo, paciencia y fuerzas a que nos obligan, desviando nuestra atención de lo que más importa: el prójimo.

¿Quién es mi prójimo? Aquel cuya alegría o tristeza depende de mí, aunque yo crea que mi vida no tiene relación con la de ellos. Mi prójimo es también aquel que vive conmigo, en la misma casa, y que muchas veces temo ver como alguien mucho peor que los desconocidos, a los cuales siempre concedo, por el contrario, el beneficio de la duda. Mi prójimo es aquel que me ayuda a ser mejor, si fuera bueno para él -por malo que el sea.

Ser feliz es ser fuego. Lumbre que calienta, luz que ilumina, brillo que orienta y llama que quema lo que no sirve.

El amor recompensa con la santidad a todos los que no quieren ser estrellas en el cielo, sino luces en la oscuridad de la tierra.

¡Todos podemos ser felices y santos! Así seamos héroes ante Dios y nosotros mismos, siendo capaces de escoger el amor como destino de cada uno de nuestros pasos, a pesar de todo.

http://www.vozdaverdade.org/site/index.php?id=7583&cont_=ver3

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