Todos
los años en este 2º 
domingo
de Pascua la 
Iglesia
nos presenta esta 
parte
del evangelio en 
que
Jesús se 
presenta
ante sus 
discípulos
el domingo 
de la
resurrección y  
vuelve
a presentarse 
al
domingo siguiente 
ante
ellos, estando ya 
Tomás. 
Una
primera enseñanza
 que podemos sacar de
 esto es que Jesús,
 aunque siempre está 
espiritualmente
con 
nosotros,
desea estar
 de una manera más
 viva el día del domingo. 
Podemos
decir que 
estableció
este día, 
como
distintivo de su 
presencia
resucitada. 
Siempre
que asistimos
 a misa celebramos 
muerte
y resurrección
 de Jesús. 
Lo
proclamamos 
especialmente
al 
terminar
la consagración.
 Pero el domingo es el día 
del
señor, el día también
 del encuentro de la
 comunidad formando una 
unidad
de amor y de fe, 
como
nos dice hoy la
 primera lectura hablando
 de la primitiva comunidad
 que “tenían un solo 
corazón
y una sola alma”.
 Consecuencia de ese 
amor
era el repartirse
 los  bienes externos 
y vivir
en verdadera 
comunidad.
Ese era un
 testimonio de que Cristo
 había resucitado. Tenían
 sus defectos, pero 
éste es
el ideal.
 En todas las épocas
 ha habido y hay
 comunidades de fieles,
 hombres y mujeres, 
que
tienen esta vida 
de paz
y de unidad, 
de modo
que son 
testimonio
de que 
Cristo
vive entre 
nosotros.
     Y aunque no 
     tengamos esta unidad
     tan
plena, el hecho 
     de que en medio esté
     el
amor a Cristo y entre
     nosotros significa ser 
     testigos del Señor.
Jesús
viene en aquella
 tarde noche a consolar
 a sus discípulos. 
Y como
Jesús es bueno
 y es el Señor, en su
 visita les da unos grandes
 dones. Lo primero la paz, 
pues la
necesitan. 
Estaban
llenos de miedo,
 pues los que habían 
condenados
a Jesús, 
podían
ahora ir a por ellos. 
Jesús
era, según los
 profetas, el
 “príncipe de la paz”. 
Siempre
la paz era un
 signo de su presencia, 
desde
que nació en Belén. 
Y
juntamente con la paz
 les dio la alegría. 
Es lo
propio de estos 
días de
resurrección. 
La paz
y la alegría son
    dos
frutos del Espíritu Santo.
    Por
eso a continuación 
    “sopló sobre ellos”. 
    Es un signo simbólico 
   de dar algo importante, 
   de dar vida. Se parece a 
   lo que se dice de la 
   creación, dando el soplo 
   la vida. Así pues, les dijo:
   “Recibid el Espíritu Santo”. 
   Quizá más propio sería 
   decir: 
   “Recibid Espíritu Santo”. 
   De una manera solemne
   recibirían el Espíritu 
  Santo el día de  
  Pentecostés. Ahora lo 
  recibían según la capacidad
  que
tenían, con las
  imperfecciones de este
   momento.
Y como
siempre 
tendremos
imperfecciones
 y pecados, 
necesitaremos
 el perdón de Dios. 
Para
que sea fácil
 poder recibir el 
perdón
de Dios, 
Jesús
les da a los 
apóstoles
el poder
 de perdonar pecados. 
Este es
un poder 
maravilloso
que sigue
 teniendo la Iglesia  y 
que
administra por 
medio
de los
 sacerdotes. 
Todos
tenemos que 
dar
muchas gracias a 
Jesús
por este don y 
tenemos
que
 aprovecharnos
 de él para obtener
 el perdón.
Pero
Tomás no estaba 
entonces.
Quizá vendría
 a los pocos días. 
Quien
no se une a su 
comunidad
se pierde
 muchas gracias 
de
Dios. 
Quizá
por mezcla de 
orgullo
y por  amor mal 
entendido
hacia Jesús,
 se puso terco y no
 quiso creer. Sus 
palabras:
“Si no
veo la señal 
de los
clavos, etc..” 
demuestran
que estaba 
encerrado
en la idea
 de un Cristo pasado y 
no en
el de Jesús 
resucitado,
que da vida.
 Hasta que vino Jesús, 
el
domingo siguiente, 
y con
mucho cariño 
le
mostró la señal de
 los clavos en sus 
manos y
 la herida del 
costado.
No hizo falta 
tocar,
porque ante la 
vista
de Jesús se 
acrecentó
su fe en Jesús, 
no sólo
como hombre 
resucitado,
sino como Dios.
 Y con mucho amor 
pronunció
la declaración 
más
hermosa del evangelio:
 “Señor mío y Dios mío”. 
Era un
acto de fe, de
 adoración y de entrega 
sin
límites.
Jesús
se lo agradece, 
pero
dice algo grandioso
 para nosotros: “Dichosos
 los que tienen fe sin 
haber
visto”. 
Podemos
decir que las
 dudas de Santo Tomás 
sirven
para confirmar 
nuestra
fe. Y como dice 
la 2ª
lectura, que es de
 la 1ª carta de san Juan, 
si
creemos de verdad en
 Cristo resucitado, con una 
fe que
debe ir unida al 
amor de
Dios y de los 
hermanos,
habremos 
vencido
al “mundo”, 
como
símbolo del mal. 
Heriberto Garcia Gutierrez.
