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jueves, 10 de marzo de 2011

¡Hay que crecer, aunque duela!

Los seres humanos nos movemos en medio de una tensión permanente entre el desarrollo y la decadencia, entre ir hacia delante y retroceder, hay días en que amanecemos llenos de optimismo y nuestro corazón se alegra porque nos descubrimos caminando con paso firme hacia el desarrollo, días en los que nos sentimos y nos descubrimos efectuando acciones de verdadera autenticidad, actos de verdadera libertad y responsabilidad; y entonces nos descubrimos con un corazón cargado de amor y dispuesto a desbordarse en servicio a los demás.

Del mismo, humanos como somos, tenemos otros días en los que el rostro de la decadencia se nos pone en la frente y un mundo de sombras empieza a encadenar nuestros pies, jornadas en las que nos cuesta levantarnos, nos es imposible tener un acto de amor, menos uno de servicio; días en los que no fluye la alegría, en los que sentimos gris la existencia y la sonrisa no es lo que queremos expresar sino que se parece más a una mueca desagradable… en fin, días que como dice sutilmente el poeta Porfirio Barba Jacob en su Canción de la vida profunda:

“Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe. La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar… Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña obscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal”.

Y yo quisiera asegurarte que estás en uno de esos días, de los tristes o de los alegres, de los dolorosos o de los alegres; pero también que pasará. No será eterno, no durará por siempre, como todo día, tendrá un final. Y esto lo digo para que pienses en que nada puede ser perfecto, ni en la alegría, ni en la tristeza; que tanto unas como otras no llenan la vida absolutamente, porque siempre habrá un resquicio por donde salen y entran dinámicamente las dos. Los días son temporales, no eternos; entonces tu situación también lo es, no estarás eternamente contento, ni por siempre estarás desconsolado. No hagas depender toda tu existencia de la situación actual; porque seguramente cambiará en cualquier instante. Mejor aprende a vivir, a disfrutar tu existencia con lo bueno y lo malo, con alegrías y tristezas, con triunfos y fracasos.

Afortunadamente los que creemos que somos obra de Dios y que fuimos creados a su imagen y semejanza; vemos perfectamente en el en Jesús, que es posible caminar con paso firme por la vida, rumbo a la eternidad, a pesar de la adversidad, a pesar de los días decadentes; él nos muestra que con la fuerza que viene de lo Alto que podemos vencer los miedos que nacen en nuestro corazón.

Crezcamos y asumamos nuestra existencia, con sus pros y sus contras. No le pidamos a Dios que nos quite los problemas, pidámosle que mejor que nos de la fuerza para vencerlos. No deseemos vivir en un paraíso sin sombras, como dice el filósofo Estanislao Zuleta; sino que nos enseñe a ser fieles a nuestra vocación de felicidad a la que fuimos llamados cuando nos creó como sus hijos. Desde Dios podemos vencer esa tensión en la que nuestra condición humana nos exige vivir. Tenemos que abrirnos a la acción del Espíritu y cerrarnos a la fuerza del mal que nos empequeñece y nos roba la fuerza con la que estamos hechos para vivir.

Apropiémonos de la existencia que tenemos con valor. Y dejemos de echarle la culpa a todo y a todos. Ya no más excusas, ya no más justificaciones. Dejemos de decir: “Se rompió el vaso”, en lugar de decir: “lo rompí sin querer”; o: “se perdió la plata”, en lugar de “no invertí o no use bien el dinero”. La conclusión de todo esto es simple: buena parte de nuestros problemas se generan en comportamientos infantiles, por tanto ¡Hay que crecer, aunque duela!

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