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viernes, 11 de marzo de 2011

Limitados pero no incapacitados

Me encanta “Bartimeo” y el proceso de sanación que se da en su vida, a partir del encuentro con Jesús de Nazareth (Marcos 10,46-52). Él un ciego, mendigo y achantado a la orilla del camino, escucha que viene Jesús y solicita misericordia. La obtiene por la constante disposición de Jesús de ayudar al necesitado. Muchas veces he comentado este relato con ustedes; pero hoy quiero centrarme en algo que me parece fundamental, tanto para la comprensión del relato, como para nuestra propia vida:

Bartimeo es ciego; pero su ceguera no le impide saber que Jesús está pasando por su vida. El tener una “incapacidad” no le incapacita para encontrarse con el Señor y dejar que lo sane. Es ciego pero no sordo. Tiene una limitación, pero también otras virtudes y posibilidades que son los propulsores de su proyecto de vida. Es alguien capaz de superar su limitación. No se queda en ella, sino que busca superarla. Sabe que esa es una buena oportunidad para “realizarse” y no va a dejarla escapar, está decidido y seguro de que nada se lo impedirá, ni sus propias deficiencias. Estoy pensando en aquellas personas que tienen una limitación y han dejado de luchar, de tratar de realizar sus sueños convirtiéndose en auténticas “víctimas” de su propia decisión. Pienso en aquellos que todavía viven atados a experiencias del ayer que los dañaron pero que ya no están y deben ser superadas; o en aquellos que se han dejado enfermar tanto que están convencidos de que no pueden salir adelante y han de resignarse a estar así.

No podemos volver el mendigar la manera de vivir. No hemos nacidos para ser esclavos, ni para estar tirados en el piso mendigando. Somos seres creados para vivir a Imagen y Semejanza de Dios. Creados para ser libres y dueños de nuestro destino. Creados para no dejarnos amilanar por las dificultades que se encuentran. No por ciego hay que ser mendigo. La misericordia que encuentra Bartimeo en Jesús es la de volverlo consciente de que puede hacer camino, que se debe levantar y salir a luchar, que no hay que resignarse a pedir limosna a la vera del camino sino que puede abrir su corazón, recibir el amor de Dios y ser sano mientras hace camino tras del Maestro.

Qué tristeza cuando me encuentro con hermanos que han vuelto su “incapacidad” la mejor de las excusas para no luchar más y hacerse auténticos parásitos de la vida. A veces la religión ayuda a que muchos se escondan tras de sus límites para no superarse; no faltan los predicadores que vuelven dependientes a sus “ovejas” –palabra que no me gusta porque tiene un sentido muy pasivo para el mundo de hoy- y no les invitan a ir más allá de sus límites para encontrarle sentido a sus vidas.

Sin duda éste ir más allá, es ir donde Jesús, que desde siempre, con su amor, nos está retando a dar lo mejor de nosotros. Su misericordia se expresa en un impulso para conquistar lo que deseamos. Sé que para muchos lo mejor es tener un ídolo en torno al cual arrodillarse o al que entregarle todo lo que se gana, esperando que él resuelva todo; pero esa no es la experiencia de Dios que Jesús nos ha revelado, la que nos invita a valernos por nosotros mismos, a preguntarnos, a buscar respuestas y, sobre todo, a no dejar que los límites de nuestra condición nos cercenen oportunidades.

Estoy seguro de que el primer paso es reconocer que se tiene una limitación; pero, al mismo tiempo, poder captar que esa limitación no tiene por qué quitarnos el sentido de la vida y obligarnos a ser “seres de segunda” que nada pueden hacer. Todos tenemos que trascender los límites de nuestras propias incapacidades y abrirnos a la oportunidad que nos da la vida. Es fácil creerse derrotado y recoger las banderas porque todo está perdido. Pero eso no es lo que quiere Dios de nosotros, ni lo que nos conviene hacer. Nosotros estamos invitados a ser luchadores, guerreros, que no se dejan amilanar por sus propias incapacidades.

Estoy seguro de que la sanación de Bartimeo arranca en el mismo instante que es capaz de percibir que Jesús va pasando cerca. En el momento en el que decide pedir ayuda, no quedarse para siempre mendigando. Entonces comienza su proceso de sanación. El hombre se sana cuando decide hacerlo, cuando todas sus fuerzas están en función de ese objetivo. No es una cuestión mágica sino una experiencia existencial de toma de conciencia de quién se es y de todo lo que se puede hacer.

P. Alberto Linero Gómez, Eudista



 

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